Columna de Diario Democracia.com
Hace unos años, sobre todo luego del retiro de Kasparov, la hegemonía rusa en el mundo ajedrecístico viene tambaleando. Los primeros signos de flaqueza aparecían en las Olimpiadas del 2004, el triunfo de Ucrania cortaba una racha de más de veinte años de victorias soviéticas. Algo similar ocurriría en las Olimpiadas de este año, donde Rusia apenas pudo finalizar en la sexta ubicación.
En el Campeonato Mundial de la FIDE del año pasado, jugado en San Luis, ninguno de los dos representantes rusos pudo conquistar la corona, que quedaría en manos de Topalov. Este nuevo e indiscutido campeón demostraba en cada torneo por qué era el mejor y su reinado era indiscutible. Pero Rusia tenía un as bajo la manga, un salvador, Kramnik. Este había sido el único jugador que batiera a Kasparov en un match mano a mano, y gracias a aquella hazaña mantenía el derecho a retar al campeón reinante para unificar el título. El encuentro fue muy parejo y recién pudo definirse en el desempate de partidas rápidas, donde el destino quiso que Kramnik se convirtiera en el nuevo y único Campeón del Mundo. Así fue como en este 2006 Rusia recuperó su prestigio.
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